Juguetes sexuales : la cura a la histeria de las mujeres del siglo XX
La sexualidad humana, por lo general, ha sido tratada a partir de la prohibición y del tabú. El placer masculino se ha relegado a dos funciones: fecundación y erección (omitiendo el orgasmo) y el femenino fue descrito durante mucho tiempo como «histeria», una extraña «enfermedad» que producía ansiedad entre las mujeres.
Para curarse, eran “sometidas” a un tratamiento de masturbación médica que consistía en estimulaciones manuales o duchas a presión. La tecnología del placer (mangueras, vibradores eléctricos) con el tiempo fue sustituida por aparatos más pequeños que se comercializaron en los catálogos de las grandes tiendas de la época. Se dice que el vibrador eléctrico estuvo en las casas de las damas de principios del siglo XX mucho antes que electrodomésticos básicos como el aspirador, la cafetera o la plancha.
El auge comercial de los vibradores eléctricos coincidió con la fabricación de prótesis médicas a finales de la Primera Guerra Mundial, de tal suerte que en los “juguetes eróticos” intervinieron las funciones de una máquina que primero operó para estimular los genitales femeninos (el vibrador cura-histeria) y las de una especie de sustituto (prótesis) de un miembro amputado o faltante, el falo en este caso.
En el período de entreguerras tanto los vibradores eléctricos (muchos sin forma fálica) como los dildos (prótesis fálicas) fueron retirados del mercado por ser considerados inmorales. No sería hasta la época de los 60’s, durante la revolución sexual y con el auge del movimiento feminista que volvieron a popularizarse pero en un nicho de mercado muy específico que involucró sex shops, movimientos LGTB y la escena BDSM.
Aunque los dildos por lo general tienen forma fálica, no reemplazan ni imitan al pene, más bien se adaptan a la anatomía femenina, de ahí la existencia de los famosos «conejos» vibradores que se hicieron populares con la serie «Sex and the City». Así, un dildo puede ser todo objeto (de cualquier forma) que dé placer. Por su parte, los llamados «juguetes sexuales» engloban tanto a los dildos como a todos aquellos aparatos que intervengan en el placer: correas, látigos, velas, plumas, lubricantes, etc.
Al ser un objeto de cualquier forma, los dildos cuestionan el coito como modelo de placer porque apuestan a que no sólo un pene-falso puede producir gozo, sino también todos aquellos objetos que estimulen otros órganos: como las telas o incluso la música, que no se consideran juguetes sexuales como tales pero cumplen la misma función que ellos: despertar el deseo.