El tacto y las zonas erógenas del cuerpo

La piel es el órgano sexual erógeno más grande, tiene cinco millones de terminaciones nerviosas y constituye nuestro primer contacto con el mundo: en ella está registrada el paso del tiempo pero también está volcada nuestra personalidad: la piel tiene tatuajes y tiene cicatrices.

Vale la pena no sólo concentrarnos en las zonas erógenas: boca, orejas,  cuello, pechos o ingles.

La piel nos abre camino a millones de sensaciones únicas y, en el terreno de la erótica, más allá de conducirnos al coito, permite detenernos en la exploración de nuestro cuerpo (y del otro). Así, vale la pena no sólo concentrarnos en las zonas erógenas: boca, orejas,  cuello, pechos o ingles; sino también descubrir nuevas partes que, eventualmente, pueden convertirse en alguna particularidad erótica, como la podofilia (gusto por los pies).

No sólo descubrir placer en partes que no solemos poner atención puede llevarnos al gozo, hay otras partes para masajear y acariciar como el cabello, los brazos, piernas o espalda. Lo que aquí se sugiere es no considerarlo como un juego «preliminar» sino como una finalidad en sí misma para descubrir que nos puede da placer.

Todo el cuerpo humano es erótico y en esta relación que tenemos con los que nos rodean existe una capacidad animal que nos permite percibir instintivamente algunas de las características de la pareja. Cada persona tiene, por ejemplo, un olor propio y la piel funciona como una especie de antena que nos orienta en la elección de pareja y despierta la excitación.

Por eso, en el repaso de los sentidos involucrados en la relación sexual, el tacto es uno de los más inmediatos y el que nos permite más conexión con los otros y con uno mismo: es al otro al que se dirige nuestro abrazo y nuestra caricia pero es en nosotros en donde se despiertan las ganas de querer acariciar.